Wendy y la bañera de los agujeros negros
«Llevaba puesta esa camisa mía, blanca y gigante, con la que se paseaba por casa. Se había recogido el pelo y sujetaba en la mano un palito que movía de aquí para allá. Trataba de ejemplificar, una vez más, su teoría definitiva sobre el universo. Pero la cuestión es que había muerto hacía más de diez años. Ella insistía en que no era un fantasma. Yo le decía que explicara eso y entonces cogía el palito y empezaba a remover el agua sucia de una bañera abandonada, inexplicablemente, junto a la orilla».
Así arranca el relato de un superviviente, de cómo viajó con Wendy a la capital de la nostalgia y, en aquel escenario imposible, les fue comunicada una particular revelación: encontrar una playa al norte. En su evocadora cartografía, los amantes —tras experimentar un trascendental e íntimo suceso— se convertirán en los únicos náufragos de una suerte de arca del diluvio, fraguando una relación a prueba de catástrofes como las que hoy se suceden, sin aparente conexión, a lo largo y ancho del planeta. Julio de la Rosa invoca en esta novela a los grandes protagonistas de nuestro siglo: unos humanos enajenados y frágiles, enfrentados entre ellos, y una naturaleza cansada a punto de estallar. Sin embargo, habrá que pensar que hay alguna esperanza cuando el mundo se esté acabando: el amor y las estrellas.